jueves, 2 de diciembre de 2010

La novela pisciresca


Una breve intervención en el blog dedicada a mis queridos alumnos de 1º de la ESO, a los que les he estado contando en distendida clase algunas de las odiseas ligadas a la búsqueda y captura de libros.

Sí, lo he encontrado entre los archivos de mi desordenado ordenador, el artículo que escribí en su momento, tras encontrar un codiciado ejemplar de La pícara Justina en el bar de una piscina. Increíble pero cierto. Ahí va.

LA NOVELA PISCIRESCA

¿Qué es esto de la novela pisciresca? Dícese de toda novela picaresca adquirida en una piscina.

Desde que por vez primera leí el Lazarillo de Tormes, que hoy por hoy es una de mis novelas favoritas, siento devoción por ese género, el picaresco, que surge en el siglo XVI gracias a dicho clásico (si bien queda consolidado por otros títulos como el monumental Guzmán de Alfarache, el Guitón Onofre, el Estebanillo González o La pícara Justina). Encontrar ediciones de las menos populares novelas de este género puede resultar tarea ardua, pero todos sabemos que la liebre salta en los más inesperados momentos. Así las cosas, me llevé una tremenda alegría cuando hallé, en una biblioteca de un lejano pueblo, un ejemplar de la segunda parte del Lazarillo (evidentemente, no pude comparla) o cuando me topé (y sí que pude invertir algo de dinero en ella) con una edición facsímil, en una librería de viejo, de La hija de la Celestina de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo. Pero, lo más inusual, lo más raro que me ha ocurrido durante mis grandes aventuras como cazalibros, acaeció hace pocos días, en una piscina de cuyo nombre no quiero acordarme.

Llevaba ya tiempo tras La pícara Justina, novela del siglo XVII, escrita por Francisco López de Úbeda, que había conseguido leer gracias a un manoseado ejemplar que tomé prestado de la Biblioteca de Aragón pero que no tenía en mi colección. Y hete aquí que, mientras disfrutaba hace pocas semanas de un día de piscina me dio por curiosear en el bar del lugar, donde se vendían libros, apilados en un cajón, a muy muy bajo precio (esto es más raro que vender aspirinas en una carnicería o chuletas en una farmacia). Al parecer, se estaba expurgando la biblioteca de la piscina y, entre algunas de las joyas que quizás ya nadie hubiera leído, zas, ejemplar intacto de La pícara Justina que, hoy por hoy, luce flamante en la correspondiente estantería de mi casa. Lo dicho: picaresca pisciresca.

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