lunes, 10 de enero de 2011

Manuel Vicent: "La novia de Matisse" (2000)


Acabo de leer La novia de Matisse, una novela de Vicent de fácil lectura, entretenida, agradable y de estilo magistral como todas las suyas. Aquí la historia gira en torno a un marchante, Míchel Vedrano, y una joven y hermosa mujer condenada a muerte por una terrible enfermedad, que se salva gracias al poder del arte, especialmente del cuadro de Matisse que da título al libro. Vicent nos muestra el mundo del lujo y del dinero, donde ladrones, traficantes, millonarios y hombres de empresa conviven en un ambiente cosmopolita y vividor. Él mismo resume así su historia:

«El mundo de los pintores, de los marchantes, de los coleccionistas y ladrones de cuadros, compone un laberinto fascinante regido por el poder de la belleza que puede salvar o destruir a cualquier amante. Ésta es la historia de una pasión por la estética. Pero el arte también arrastra maleficios, sobre todo cuando obligan a vivir a la altura de su seducción.»

Así comienza el libro (un principio que engancha, ¿no?):

"El marchante internacional Míchel Vedrano recordaba muy bien la proposición que le hizo su cliente Luis Bastos aquella noche: «Quiero que te acuestes con Julia. Le quedan sólo tres meses de vida. ¿Puedes hacerme ese favor?». Luis Bastos le expresó este deseo durante una fiesta en su casa de las afueras de Madrid, mientras le mostraba una de las habitaciones para invitados, que tenía un espejo en el techo sobre una cama adquirida en una subasta de muebles antiguos por la que pagó un sobreprecio, porque al parecer en ella se había acostado Isabel II con un amante alabardero y puede que allí hubiera engendrado a una de las infantas, aunque esto no se especificaba con claridad en el catálogo".
Vicent desarrolla aquí sus conocidos postulados estéticos de la moral sin culpa, sacrificada al goce y al placer; el hedonismo absoluto del que habla siempre en sus escritos, sin mortificaciones ni pecados. Míchel Vedrano le dice a la hermosa Julia, para seducirla,

"...que era muy atractiva, que si ella quería estar a al altura de las obras de arte que compraba debía primero aprender a traspasar cualquier barrera moral, porque el arte está más allá de toda culpa y ninguna mujer que no lleve una doble vida puede ser interesante" (p. 112).
Míchel es el apóstol de una nueva religión con poder terapéutico, que sana a la enferma inciándola en el mundo del placer estético:

"-La belleza te sana, te salva, te hace inmortal por solo entregar tu vida a ella como hacen los místicos con Dios -dijo finalmente Vedrano." (p. 204)
Cuando Julia abandona todo lo accesorio, alcanza una especie de nirvana místico con su nueva fe artística:

"Todo lo había reducido a la unidad, la pintura, la música, la luz del jardín, el pefume de los enebros mojados por la lluvia de otoño, las puestas de sol. Últimamente se dedicaba a clasificar crepúsculos, a analizar sus matices de laca en el cielo, y cuando por encima de su casa cruzaba un avión pensaba en su amante perdido que pronto regresaría a sus brazos." (p. 242).
En fin, una novela interesante y recomendable del Vicent maduro, seguro de su estilo y su mensaje, defensor de un paganismo esteticista que gusta del placer y se revuelve contra las iglesias, los dogmas y los prejuicios de la vida convencional.

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