lunes, 30 de mayo de 2011

¿Y si Dios fuera mujer?

Una de las cosas interesantes de leer es que a veces te encuentras textos que te hacen pensar. Leyendo Historia del mundo, de Chris Brazier (Barcelona, Intermón-Oxfam, 2007), un breve compendio de los principales sucesos de la humanidad, me he encontrado un breve inserto, titulado "La Gran Diosa", en donde el autor habla del culto religioso primitivo a la Gran Madre de Todas las Cosas. Un culto femenino que, después, las tres religiones del libro, judaísmo, cristianismo e Islam, cambiaron por el Dios padre masculino.

Porque, claro, si imaginamos las civilizaciones primitivas, cercanas a la naturaleza, el vínculo de la mujer con la fecundidad resulta evidente. Ella es la "madre nutricia", la que da a luz, la que amamanta a los cachorros... ¿Hay algo más sencillo que imaginar que la vida procede de una gran madre, de un útero cósmico o una vagina primigenia? Pues nada, nuestra "evolución" nos ha llevado a crear dioses fálicos y machotudos. Sin embargo, en los cultos antiguos, como el que se rendía a la diosa babilónica Istar, a la asiria Anitis o a la Gaia romana (la madre tierra), las civilizaciones tributaban homenaje a la capacidad femenina de dar la vida.

El primer golpe de estado de la historia fue el destronamiento de la Gran Madre y su sustitución por unos dioses fálicos y masculinos. Ello tiene que ver también con la evolución de la humanidad. A partir del 6000 a.C. el ser humano necesitó intensificar el rendimiento agrícola. Había que dominar la naturaleza, los hombres empezaron a arar y sembrar. La sociedad se militarizó, se hizo más urbana, más dominada por los hombres y... Bueno, esa historia ya la conocemos, ¿no?

Don Falo pasó a ser el símbolo de la vida y del poder. Y doña Vagina quedó sometida desde entonces. Una lucha sin cuartel, como la de don Carnal y doña Cuaresma, que nos cuenta nuestro arcipreste de Hita en el Libro de Buen Amor.

En la representación de los dioses masculinos, como el Shiva indú o el Príapo griego el tamaño sí que importa.

En algunas mitologías antiguas, la historia comienza con una Gran Madre Creadora que luego ve cómo su hijo o su amante gana poder y al final la destrona. Tal como hicieron los gigantes con los dioses del Olimpo en la mitología griega.

Por ejemplo, en la mitología babilónica semita el dios-rey Marduk declara la guerra a Tiamat, la Madre Universal, y la destruye y crea el mundo con los restos de su cuerpo.

En la Biblia se invierte la cuestión, pues es la mujer la que nace de una costilla de Adán (algo difícil de explicar biológicamente: ¿la mujer nace del varón?). Según dice el poeta sueco Gunnar Ekelöf, el cristianismo tuvo que aceptar a regañadientes el culto a la madre María, la Virgen, que si por los patriarcas hubiera sido... ¡Ni rastro de feminismos, maternidades, fecundidades y cosas parecidas!

Además, en las religiones del libro, en las tres, judía, árabe y cristiana, no solo Dios es hombre, sino que también los profetas lo son. Está claro que, para entonces, la civilización humana ya se había hecho patriarcal.


¡Ay, si nuestro Goya hubiera pensado sobre todo esto! A lo mejor, en vez de representar a Saturno comiéndose a su hijo, hubiera representado a un Macho zampándose a su compañera cual Mantis Religiosa. En fin, cosas del batallar de don Falo y doña Vagina.

Para terminar, este vídeo con un poema de Mario Benedetti, que nos envía nuestra querida Ángela Nikopolidis. Benedetti nos habla de un Dios femenino próximo y no distante, al que nos gustaría abrazar y besar y poseer, en lugar de tenerle temor. ¡Hermosa blasfemia!

P.S.: Gracias una vez más, Ángela, estás en todo. Un beso



¿Y si Dios fuera mujer? 
pregunta Juan sin inmutarse, 
vaya, vaya si Dios fuera mujer 
es posible que agnósticos y ateos 
no dijéramos no con la cabeza 
y dijéramos sí con las entrañas. 

Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez 
para besar sus pies no de bronce, 
su pubis no de piedra, 
sus pechos no de mármol, 
sus labios no de yeso. 

Si Dios fuera mujer la abrazaríamos 
para arrancarla de su lontananza 
y no habría que jurar 
hasta que la muerte nos separe 
ya que sería inmortal por antonomasia 
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico 
nos contagiaría su inmortalidad. 

Si Dios fuera mujer no se instalaría 
lejana en el reino de los cielos, 
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno, 
con sus brazos no cerrados, 
su rosa no de plástico 
y su amor no de ángeles. 

Ay Dios mío, Dios mío 
si hasta siempre y desde siempre 
fueras una mujer 
qué lindo escándalo sería, 
qué venturosa, espléndida, imposible, 
prodigiosa blasfemia.

1 comentario:

Envía tus comentarios