martes, 30 de septiembre de 2014

Una carta de Groucho Marx


Terminamos nuestras entradas sobre los hermanos Marx, y particularmente sobre Groucho, con estas líneas sobre el famoso humorista.

Groucho fue un intelectual y escritor, además de actor y cómico. Se carteó con mucha gente importante, del mundo del cine y la literatura, entre ellos el guionista Norman Krasna, los hermanos Warner, el Nobel de Literatura T. S. Eliot, el cómico Jerry Lewis, el presidente Truman...

Escribió muchas cartas, algunas conocidas por su valor cómico, como la que dirigió al Sr. Gellman de "Elgin American Compacts" en 1951, en agradecimiento por un reloj de oro que le habían regalado. Con toda su desfachatez, Groucho le dice:
"El reloj es una preciosidad y será un gozo para siempre y le hubiese dado las gracias antes, pero esperé una semana a propósito porque quería estar seguro de que el maldito cacharro funcionaba".
Pero sin duda la carta más famosa de Groucho es la que envió a los hermanos Warner, quienes, enterados de que los Marx querían estrenar su película Una noche en Casablanca, 1946, pretendían que eran ellos los que tenían los derechos de ese nombre, Casablanca, porque habían estrenado antes, en 1941, la película así titulada protagonizada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. Esto les responde Groucho:

"Queridos Warner Brothers:
            Al parecer hay más de una forma de conquistar una ciudad y de mantenerla bajo el dominio propio. Por ejemplo, hasta el momento en que pensamos en hacer esta película, no tenía la menor idea de que la ciudad de Casablanca perteneciera exclusivamente a los War­ner Brothers. Sin embargo, pocos días después de anunciar nuestra película recibimos su largo y ominoso documento legal en el que se nos conminaba a no utilizar el nombre de Casablanca.
            Parece ser que en 1471, Ferdinand Balboa Warner, su tatarabue­lo, al buscar un atajo hacia la ciudad de Burbank, se tropezó con las costas de África y, levantando su bastón (que más tarde cambió por un centenar de acciones en la bolsa), las denominó Casablanca.Sencillamente, no comprendo su actitud. Aun cuando pensaran en la reposición de su película, estoy seguro de que el aficionado medio al cine aprendería oportunamente a distinguir entre Ingrid Bergman y Harpo. No sé si yo podría, pero desde luego me gustaría intentarlo.
           Ustedes reivindican su Casablanca y pretenden que nadie más pueda utilizar este nombre sin su permiso. ¿Qué me dicen de «War­ner Brothers»? ¿Es de su propiedad, también? Probablemente ten­gan ustedes el derecho de utilizar el nombre de Warner, pero ¿y el de Brothers? Profesionalmente, nosotros éramos «brothers» mucho antes que ustedes. Hacíamos ya la ronda de las candilejas como The Marx Brothers cuando la Vitaphone era todavía un simple destello en el ojo del inventor, e incluso antes de nosotros ha habido otros hermanos: los Smith Brothers; los Karamazov Brothers; Dan Brothers, un centrocampista del Detroit; y Brother, Can You Spare a Dime? (Originalmente se titulaba Brothers, Can You Spare a Dime?, pero esto era reducir demasiado la moneda, así que despa­charon a un hermano, dieron todo el dinero al otro y lo dejaron en Brother, Can You Spare a Dime?)
           Y ahora, Jack, hablemos de usted. ¿Diría usted que es el suyo un nombre original? Pues no lo es. Se utilizaba mucho antes de nacer usted. Sobre la marcha, recuerdo a dos Jacks: había el Jack de Jack and the Beanstalk y Jack el Destripador, que se hizo un bonito re­nombre en su día.           
                En cuanto a usted, Harry, seguramente firmará sus cheques con la firme convicción de que es usted el primer Harry de todos los tiempos y de que todos los demás Harrys son impostores. Recuerdo a dos Harrys que le precedieron. Existió Lighthouse Harry de fama Revolucionaria y un Harry Appelbaum que vivía en la esquina de la Calle 93 con Lexington Avenue. Desgraciadamente, Appelbaum no era demasiado conocido. La última vez que supe de él, vendía cor­batas en Weber y Heilbroner.           
              Hablemos ahora del estudio de Burbank. Creo que es esto lo que ustedes, hermanos, llaman su cuartel general. El viejo Burbank ha desaparecido. Quizá se acuerden de él. Era un hombre muy hábil en la huerta. Su mujer decía a menudo que Luther tenía diez pulgares verdes. ¡Qué mujer tan ocurrente debe de haber sido! Burbank era el mago que entrecruzaba todos esos frutos y legumbres hasta dejarlos en tal estado de confusión e incertidumbre que nunca llega­ban a decidir si debían ir al comedor en el plato de la carne o en el de los postres.
           Esto es una simple conjetura, desde luego, pero ¿quién sabe?, quizá los supervivientes de Burbank no sean demasiado felices ante el hecho de que una fábrica que produce películas a destajo se haya instalado en su ciudad, se haya apropiado del nombre de Burbank y lo utilice como presentación de sus films. Es posible incluso que la familia Burbank esté más orgullosa de la patata producida por el viejo que del hecho de que de su estudio salga Casablanca o Gold Diggers of 1931.
            Todo eso parece acabar en una diatriba más bien amarga, pero les aseguro que no es ésta mi intención. Me gustan los Warner. Algunos de mis mejores amigos están en Warner Brothers. Es posible incluso que cometa una injusticia y que ustedes mismos no sepan nada en absoluto sobre la actitud de ese seudo Wanger que nos escribe. No me sorprendería nada descubrir que los jefes de departamento jurídico desconocen esta absurda contienda, puesto que conozco a muchos de ellos y son unos tipos estupendos de pelo negro y rizado, traje cruzado y un amor hacia el prójimo que requetesaroyanea al propio Saroyan.           
        Tengo la sospecha de que ese intento de impedirnos la utilización del título es la brillante idea de algún picapleitos con hocico de hurón que esté haciendo un breve aprendizaje en su departamento jurídico. Conozco bien al tipo: recién salido de la facultad de derecho, sediento de éxito y demasiado ambicioso para seguir las leyes de la promoción natural. Probablemente ese siniestro abogaducho habrá aguijoneado a sus representantes legales, muchos de los cuales son unos tipos estupendos de pelo negro y rizado, traje cruzado, etc., para que trataran de impedírnoslo. ¡Pues no se saldrá con la suya! ¡Contenderemos con él hasta el tribunal supremo! Ningún aventurero legal con la cara tiznada va a llevar la animosidad entre los Warner y los Marx. Todos somos hermanos debajo de nuestro pellejo y seguiremos amigos hasta que el último rollo de A Night in Casablanca esté metido en su bobina.           
                   
                       Sinceramente,
            Groucho Marx

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