domingo, 23 de noviembre de 2014

"Los animales con peste", una fábula de Lafontaine

El fabulista francés Lafontaine escribió esta fábula, que tradujo en verso castellano Félix María de Saminego, donde se demuestra que la vara de medir no es igual con todos y que la Justicia no siempre es ciega, a pesar de que así nos gusta representarla en las magníficas esculturas que situamos en nuestros Palacios de Justicia. He aquí la versión de Samaniego:

LOS ANIMALES CON PESTE

En los montes, los valles y collados,

de animales poblados,

se introdujo la peste de tal modo,

que en un momento lo inficiona todo.

Allí donde su corte el león tenía,

mirando cada día

las cacerías, luchas y carreras

de mansos brutos y de bestias fieras,

se veían los campos ya cubiertos

de enfermos miserables y de muertos.

«Mis amados hermanos»,

exclamó el triste rey,

«mis cortesanos,

ya veis

que el justo cielo nos obliga

a implorar su piedad, pues nos castiga

con tan horrenda plaga;

tal vez se aplacará con que se le haga

sacrificio de aquel más delincuente,

y muera el pecador, no el inocente.

Cada cual examine su conciencia

sin falsa adulación, sin negligencia.

Confiese a todo el mundo su pecado.

Y yo primero acusaré contrito

que, siguiendo sin freno mi apetito,

yo crüel, sanguinario, he devorado

inocentes corderos,

ya vacas, ya terneros,

y he sido, a fuerza de delito tanto,

de la selva terror, del bosque espanto.

También maté pastores.

Si fuere yo el responsable

no será justo, no, que yo rehúse

ofrecerme cual víctima propicia.

Empero es deseable

que cada uno como yo se acuse:

que es de estricta justicia

que tan solo perezca el más culpable".

«Señor», dijo la zorra, «en todo eso

no se halla más exceso

que el de vuestra bondad, pues que se digna

de teñir en la sangre ruin, indigna,

de los viles cornudos animales

los sacros dientes y las uñas reales.

Devorar los estúpidos corderos

¿es acaso pecado?

No… debieran más agradeceros

el honor especial que les hicisteis,

pues en manjar real los convertisteis.

Respecto a los pastores…

¿No sostienen quimérico dominio

sobre pobres, sencillos animales?

Son por esa razón merecedores

de tal exterminio».

Al terminar el zorro, aduladores

astutos aplaudieron.

Allí del tigre, de la onza y oso

se oyeron confesiones

de robos y de muertes a millones;

mas entre la grandeza, sin lisonja,

pasaron por escrúpulos de monja.

El asno, sin embargo, muy confuso,

prorrumpió: «Yo me acuso

que al pasar por el prado de unos monjes…

el hambre que sentía,

la ocasión y la hierba que invitaba…

tal vez algún demonio allí escondido

que a infringir los deberes me incitaba,

(no es que yo quiera disculpar el hecho

porque fue sin derecho)

unas maticas trasquilé del prado,

mas fue solo un bocado”…

“Es él; no hay duda; es él el responsable”.

Sin dejarlo acabar todos clamaron.

Y un lobo algo erudito

probó que ese maldito

animal, vil, sarnoso,

fue el que provocó horroroso

flagelo con su enorme delito.

¡Comer la hierba ajena!

¡Qué crimen más atroz! Solo la muerte 

era de tal acción digna pena… 

Y hubo el pobre asno de aceptar su suerte…

Según qué poderoso o miserable

seas, si eres juzgado,

te harán parecer justo o culpable.

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