sábado, 12 de agosto de 2017

Sobre los orígenes del laicismo: Marsilio de Padua y Thomas Hobbes

Existe en España un Movimiento hacia un Estado Laico (Mhuel), uno de cuyos socios, Víctor María Moreno Bayona, ha escrito cosas muy interesantes acerca del origen de las concepciones laicas del poder político. Pueden verse en https://laicismo.org/2017/origenes-del-estado-laico/165622, por ejemplo, entre otros lugares.

En primer lugar, laicismo no es anticlericalismo ni ateísmo o irreligiosidad. El laicismo nace con la Revolución francesa y eclosiona con las revoluciones liberales. La Iglesia llegó a considerar al laicismo como "peste de nuestros tiempos", porque lo que pretendía era separar poder civil del religioso y, por supuesto, dar preponderancia al único poder legítimo, que es el del Estado, emanado del pueblo. Es decir, someter a la Iglesia al poder temporal. Algo intolerable.

Desde el punto de vista histórico, Marsilio de Padua (1274-1349), en El defensor de la paz, y Thomas Hobbes (1588-1679), en Leviatán, fueron los primeros pensadores en plantearlo, si bien en sus escritos no usan la palabra "laicismo". La argumentación de estos filósofos es que, haya el régimen que haya, monarquía o república, la comunidad política no surge por revelación divina, sino del pueblo decidido a unirse, lo cual quiere decir que el único principio válido de legislación es el poder civil, no el espiritual. Los curas solo deben enseñar su credo, y eso con permiso del Estado, pero sin pretender que su poder es primario u originario, al mismo nivel del poder político.

La construcción intelectual contraria que defiende la Iglesia es la existencia de dos poderes, uno temporal y otro espiritual. Esta idea partía de san Agustín de Hipona, en su Civitas Dei, Ciudad de Dios, donde pretendía nada menos que entre el poder del Papa y el del Emperador, el del primero tenía preeminencia. Rebajando un poco el tono, Guillermo de Ockham (1285-1347), filósofo nominalista, defendía el dualismo de poderes, pero insistía en la necesidad de una relación amistosa entre los dos poderes, el de la cruz y el de la espada, puestos en pie de igualdad y de legitimidad.

Pero Marsilio y Hobbes atacan este planteamiento y niegan poder a la Iglesia en el gobierno de las ciudades o en la reglamentación de la vida civil.

Marsilio decía que el poder del Papa y los obispos era una usurpación de jursidicción, una invasión de competencias y una insidiosa prevaricación.

Y Hobbes remachaba que el poder de los curas, aunque ellos lo llamen "derecho divino", no procede más que de una usurpación.

En definitiva: no hay que armonizar ambos poderes, sino que solo existe uno, el civil, al que deben supeditarse los demás, incluido el brazo eclesiástico. El fundamento del poder civil no es religioso, sino político. No nace de la revelación divina, sino del pueblo, de la soberanía popular. Los curas no pueden pretender ponerse en pie de igualdad con el Estado, ni mucho menos frenar la legislación civil (por ejemplo, a favor del divorcio, el aborto, la contracepción, los matrimonios mixtos, etc.) cuando esta contraviene sus creencias.

Hobbes y Marsilio concluían que el clero puede constituir un peligro para la paz y que había que controlar el uso que los sacerdotes hacían de la religión, ya que son parte del Estado y deben supeditarse a él.

Y gracias a Víctor María Moreno por la claridad de su exposición sobre el origen del laicismo.

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