sábado, 9 de diciembre de 2017

"MOMENTOS FELICES", de Gabriel Celaya

Con motivo de la proximidad de la Navidad, y de la época de alegría que nos espera, he seleccionado un poema de Gabriel Celaya, perteneciente al libro De claro en claro (1956) en el que plasma la superioridad de la propia existencia frente a los avatares externos, y en el que hace alusión a la felicidad que nos proporcionan los pequeños y simples detalles que nos rodean cotidianamente, y que conforman la plenitud de sentirse vivos.

Gabriel Celaya nació el 18 de marzo de 1911, fue uno de los más destacados representantes de la que se denominó “poesía comprometida” o poesía social, consciente de su importancia como “arma cargada de futuro”, de su potencialidad como motor de cambio y transformación social. Su obra y su figura estuvieron influenciados y fueron fruto de la estrecha colaboración con su esposa Amparo Gastón. Pese a sus altas cotas de lirismo y a su enorme influencia entre los poetas más jóvenes, la penuria económica le acompañó en los últimos momentos de su vida, hasta el punto de que tuvo que vender su biblioteca a la Diputación Provincial de Guipúzcoa, y a que el Ministerio de Cultura asumiera los gastos derivados de su estancia hospitalaria.

En este poema, ni las dificultades económicas, ni el peso de un pasado a veces ingrato, ni la percepción de la fugacidad de la vida pueden romper la sensación de sentirse insultantemente humano, de la virtud de compartir una estrecha y enriquecedora amistad, de ofrecerse integrado e integrante de una naturaleza que se nos abre y absorbe.

MOMENTOS FELICES

Cuando llueve y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente
el pitillo en los labios, el alma disponible
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican la alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que se siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro —sé que todo es fiado—,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así la muerte,
¿no es la felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es la felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
«Estaba justamente pensando en ir a verte».
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarme en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?


Celaya, Gabriel (1956). "Momentos felices", en De claro en claro.

Aquí dejo el poema completo declamado:

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